Cuando el turismo hincha la burbuja

 

Un agente inmobiliario de los que ha sobrevivido la dura crisis de su mercado expresaba hace unos días su sentimiento contradictorio sobre la evolución de esta actividad. Por un lado, constataba que efectivamente se están vendiendo más pisos, que los precios suben, que vuelven a verse grúas en las ciudades (aunque pocas en comparación con el momento del 'boom' y muchas en solares o edificios cuyo proyecto quedó a medias y ahora en manos de la banca). Pero, a la vez expresaba su temor por lo que consideraba un gigante con pies de barro de este retorno de la actividad constructora: la base de los compradores por necesidad, los que adquieren una vivienda para vivir en ella, está muy débil.

Muchos salarios son iguales o inferiores a los de antes de la crisis. La precariedad laboral y la temporalidad han aumentado. Los tipos de interés están muy bajos, pero pese a ello las condiciones para acceder a un crédito hipotecario son mucho más duras que en el momento en el que se vendían los pisos más caros justo antes del estallido de la burbuja, entre el 2007 y el 2008. Vuelven a comprarse pisos porque se considera que es una buena forma de inversión, sobre todo comparándola con los rendimientos de otros productos. Pero el grueso de la demanda que aguantó la actividad de principios de los 2000, la que responde a una necesidad, cada vez tiene más dificultades para obtener este bien básico y pese a ello los precios continúan al alza.

 

Pero lo que también es evidente es que, a pesar de las promesas de los políticos, de los grandes anuncios con pocas concreciones, ha pasado un decenio desde el momento en el que estalló la burbuja porque los precios eran demasiado caros para acceder a una vivienda y seguimos con el mismo problema. Agravado porque ahora se añade un nuevo acicate que ya existía entonces y que ahora se ha acentuado: el turismo hincha la burbuja. Por un lado, porque este país sigue siendo un destino refugio que no para de atraer más y más viajeros cada año. Y por otro, por el incremento de oferta vacacional gracias a fórmulas como Airbnb que tienen su lado positivo pero que a la vez han duplicado o más la disponibilidad de alojamiento en algunas ciudades y han convertido este tipo de negocio en el aire para una nueva burbuja. Provocan el incremento de los precios del alquiler, expulsan de los centros turísticos a sus habitantes de toda la vida y fomentan la construcción de viviendas para esta finalidad, en lugar de dedicarlas a cubrir la necesidad de disponer de un piso accesible para poder simplemente vivir.

Entre poner puertas al campo y evitar que el negocio de unos pocos se convierta en un problema para la mayoría hay margen de actuación. Y empieza a ser urgente utilizarlo. Los excesos se pagan, también socialmente.

 

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